Escribanía

Escribir bien abre puertas

jueves, febrero 27, 2020

Breve defensa laboral del corrector de estilo



Donaldo Donado Viloria
Corrector y escritor

“El llamado mercado laboral no es un mercado, es un sistema de relaciones laborales o simplemente un sistema laboral, porque desde la declaración de Filadelfia de 1944 (carta de la Organización Internacional del Trabajo [OIT]), el trabajo no es una mercancía; esto no es puramente económico, es un criterio ideológico de aproximación”, dice Iván Daniel Jaramillo,[1] investigador del Observatorio Laboral de la Universidad del Rosario.

En ese sistema laboral colombiano, la labor del corrector de textos es aún bastante desconocida para la mayoría de la población y es poco reconocida o apreciada en el medio editorial. Contra ese desconocimiento luchamos a diario los correctores, a brazo partido, al hacer pedagogía con nuestros potenciales y reales clientes, sobre todo con los que no provienen del sector editorial tradicional, a los que ilustramos y persuadimos de la importancia de nuestra labor en la cadena de valor de las publicaciones.

Al lado de esta ignorancia e indiferencia crecen otras yerbas amargas, como, por ejemplo, el carácter excepcional que tiene el reconocimiento, visibilidad o crédito que se le da al corrector en la página de créditos de la publicación en la que participa.

Pero uno de los mayores tratos indignos que debe enfrentar el corrector es el desalmado ofrecimiento de pago de honorarios bajos o pírricos que le lanzan algunos clientes por hacer su labor especializada.

Primero, desde las leyes del mercado, está bien que los mejores preparados o los expertos reciban mayores ingresos, pero ningún servicio prestado por un oficiante o un profesional de cualquier disciplina debe ser mal pagado, sino recibir lo justo. No hablamos de quien no cumpla a cabalidad con su trabajo y con sus compromisos. “Si todo el mundo trabaja, pero gana poco, pues no sirve, porque no habrá quién compre ropa, carros, etc. Necesitamos que la gente tenga capacidad adquisitiva; para eso hay que estimular la productividad, que se estimula con crecimiento económico: el generador de empleo es el crecimiento económico”, expresa Iván Daniel Jaramillo.

Segundo, desde la ética, los clientes jamás deberían tasar o ponerle un precio al costo del trabajo de un profesional, al otro. Está bien que pidan un descuento o cualquier otra gabela a la tarifa ofrecida por el corrector, pero que de antemano alguien intente abusar de una posición dominante con la imposición de una tarifa, porque se trata de una entidad o empresa grande, poderosa, que ofrece elevadas cantidades de trabajo, debería no solo ser sancionado por el Estado, lo que lo persuadiría de no excederse y cruzar esa línea roja, sino también por los mismos correctores mediante un boicot para no ceder a sus abusadoras pretensiones.

Las relaciones laborales o por prestación de servicio deberían estar matizadas o mediadas por la generosidad de las empresas y las personas que buscan los servicios de los correctores, y no por la mezquindad. Porque la empresa o persona que contrata a un corrector se puede ahorrar unos pesos al pagar una baja tarifa, pero al hacerlo desmoraliza al trabajador, disminuye su sensación de bienestar con su propia profesión u oficio, eleva su sensación de inseguridad y de incertidumbre, le baja la productividad y le destruye la lealtad.

Tercero, desde la economía, un corrector que recibe un mal pago por la prestación de sus servicios no puede cotizar para recibir un buen servicio de salud, sino uno mediocre, o para soñar con una pensión digna. Las prestaciones sociales van por cuenta propia.

Además, debe pagar la retención en la fuente (entre el 10 y el 11 %) y el 1 % del impuesto de Industria y Comercio Agregado (ICA). No tiene derecho a vacaciones remuneradas ni a incapacidades médicas y licencias de maternidad o paternidad pagas, ni a cesantías (un salario mensual por cada año de trabajo) ni a horas extras. Mucho menos tiene la oportunidad de ahorrar.

Aunque sabemos que el contrato de servicios no está regulado por el código del trabajo, sino por el código civil, un corrector, para poder alcanzar el mismo nivel de ingresos de un asalariado, debería recibir un 60 % más de ingresos.

La labor del corrector siempre es exigente en conocimientos, competencias, esfuerzo físico, laboriosidad y altos estándares de calidad. Es un cuidador insomne del idioma, para evitar que caigamos en una nueva Torre de Babel. Casi siempre, cada trabajo le plantea desafíos particulares y debe hacer consultas y búsquedas que retan su curiosidad y su intelecto. Por estas razones invierte siempre en su capacitación (tiempo, dinero y esfuerzos), en la actualización permanente de sus saberes, habilidades y competencias, para crecer como profesional y responder con solvencia ante cada imperfección idiomática. Este trabajo esforzado y dedicado está en mora de recibir un mejor trato por parte de todos, solo el justo, pero especialmente de los clientes que miran al corrector desde la ventana más elevada de su torre de negocios.












[1] Medina, M. A. (24 de febrero de 2020). ‘Los tiempos formales de trabajo deberían reducirse’: investigador de la U. del Rosario. El Espectador. Recuperado de https://www.elespectador.com/economia/los-tiempos-formales-de-trabajo-deberian-reducirse-investigador-de-la-u-del-rosario-articulo-906117

viernes, octubre 04, 2019

Cómo usar la coma


Los signos de puntuación son los signos del sentido, del significado. Son una ayuda eficaz para el que escribe, como para el que lee.

  •  Precisan el sentido de las oraciones. 
  •  Favorecen la entonación. 
  •  Sirven para expresar estados de ánimo.
  • Indican algunos matices de expresión.
La coma indica una breve pausa en la lectura; no es una pausa respiratoria, como nos enseñaron en la remota infancia, sino que guarda relación con lo que se quiere decir, con matices, con emociones.

Estos son los casos más comunes en los que es indispensable utilizar la coma:

1. Separa elementos de una enumeración, siempre que entre ellos no figuren las conjunciones y, ni, o. Por ejemplo: Colombia exporta café, banano, petróleo, esmeraldas, textiles y flores.

En la despensa había peras, uvas, naranjas y bananos.

2. Separa palabras o expresiones que insertan elementos aclaratorios o explicativos, por ejemplo: Desde que se fue, hace ya más de un mes, no he sabido nada de él.

Un inserto aclaratorio o explicativo puede ser el autor o la obra de donde se toma una cita, por ejemplo: A partir de mañana, dijo el gerente, saldremos todos de vacaciones.

Agua que no has de beber, dice el refrán, déjala correr.

3. Evita repetir un verbo, por ejemplo: Esther estudia costura; Rebeca, música; Zoraida, modas.

Carlos aprende inglés; José, portugués; Gabriel, chino.

A Juan le gusta el pan; a Pedro, el ponqué.

4. Diferencia al vocativo, que son palabras con las que llamamos la atención a las personas, las invocamos o les damos órdenes, por ejemplo: Por favor, María, abre la puerta. María, abre la puerta. Abre la puerta, María. Hijo, conduce con cuidado.

5. Para separar las proposiciones de una oración compuesta, por ejemplo: Eso no es cierto, pero es interesante.

6. Cuando el sujeto de la oración es muy largo, se separa con una coma de los otros elementos constitutivos de la oración, por ejemplo: El tener que huir de enemigos que atentan contra la propia vida, debe ser muy desagradable.

7. Para separar oraciones enlazadas por la conjunción y, con el fin de evitar equívocos, por ejemplo: A Pedro le gustaba el trabajo, y el ocio lo consideraba absurdo.

8. Permite evitar ambigüedades, por ejemplo: Enrique, lo sabía todo Jaime o Enrique lo sabía todo, Jaime.

9. Delante del pronombre que explicativo, especialmente si puede caber duda de si debe interpretarse como tal o como especificativo, por ejemplo: Gaste la leche, que puede dañarse (si se suprime la coma se comprende que hay leche en otros recipientes y que solo debe gastarse la que se puede dañar).

10. Delante del pronombre que explicativo cuando está separado de su antecedente, por ejemplo: Aerolito es un fragmento de bólido, que cae sobre la Tierra (sin la coma, el que cae podría ser el bólido).

11. Delante de y, u, o, cuando enlaza elementos en los cuales ya existen esas conjunciones, por ejemplo: Almorzamos y comemos en el hotel, y desayunamos en la universidad.

12. Separa expresiones que sirven de conexión entre oraciones y párrafos, como: por consiguiente, por tanto, sin embargo, y así, en fin, no obstante, por una parte, por otra parte, en consecuencia, por lo demás, es decir, en conclusión, por último, finalmente, etc. Por ejemplo: Faltaron personas, sin embargo, la reunión estuvo interesante.

13. Después de oraciones subordinadas que se anteponen a la oración principal, por ejemplo: Cuando hayas terminado, avísame (Si se invierte el orden de los elementos de la oración, no habría necesidad de utilizar la coma, por ejemplo: Avísame cuando hayas terminado).

Otro ejemplo: Sin que nadie se diera cuenta, desapareció de la reunión (la coma se hace innecesaria al invertir el orden de estas oraciones).

14. Cuando es preciso hacer notar que una oración o un complemento se relaciona, no con la palabra que le precede inmediatamente, sino con otra más lejana a toda la oración, por ejemplo: Obligar a alguien a hablar, con habilidad (aquí se trata de “obligar con habilidad”; sin la coma, se estaría obligando a “hablar con habilidad”).



miércoles, febrero 15, 2017

El lenguaje incluyente es redundante, feo e inútil


Aunque como casi todas las mujeres y los hombres de mi generación fui criado en una sociedad machista, pero por lo aprendido y por el paso de la vida, no me gusta serlo, no me gusta tener ningún privilegio por esta razón.

Estoy muy de acuerdo con la igualdad de géneros, con que no haya concesiones ni discriminaciones por las personas (¡Oh, qué tan universal es la femenina palabra personas en este lenguaje que es considerado no inclusivo!). Repudio la sociedad patriarcal en todas sus expresiones. Reconozco que nuestra sociedad maltrata y discrimina a casi todo el mundo.

Al mismo tiempo, pienso que tarde o temprano los cambios al lenguaje llegarán por el camino que han llegado siempre: por el uso cotidiano, permanente, creativo que el pueblo raso haga de las palabras. Y ese uso está asociado a cambios previos en las realidades, es decir, a rupturas, a novedades en las estructuras sociales.

Entonces, en la medida en que la sociedad le quiebre para siempre el espinazo a la desigualdad, a la inequidad, a la iniquidad en temas de género, de respeto a las minorías, de pobreza económica, etc., surgirán nuevas realidades que nombrar y a continuación los términos que las definan.

Es decir, preocupémonos primero por cambiar lo que tenemos que cambiar en el plano de las estructuras sociales, económicas y políticas, que ya la creatividad popular se encargará, de manera arbitraria (todo lenguaje es arbitrario), de nombrar esas nuevas estructuras y sus implicaciones en la vida diaria, de darles un alma en el alma de todos.

Cuando eso suceda en serio y a fondo, saltarán por los aires las tuercas y tornillos de la fonética, la morfología, la gramática y la sintaxis actuales de la lengua española, y en su nuevo ADN toda la sociedad incluirá, no de forma superficial, no solo en la piel, sino en lo más profundo, las nuevas, duraderas y permanentes transformaciones que se hayan consolidado con el tiempo, con la lucha social. 

Lo anterior no me lleva a desconocer que progresos logrados en la cultura de las comunidades, en la educación de los pueblos, a partir de campañas, de propuestas políticas novedosas, empujan, presionan, para que haya avances en los ámbitos sociales, económicos y políticos. Pero todos sabemos que las grandes transformaciones sociales siempre surgen desde abajo, desde las vísceras de la gente.        

El tema del lenguaje incluyente se ha debatido mucho en el mundo en las últimas décadas. Considero que en este debate hay un exceso de susceptibilidad de parte de algunas mujeres y también de hombres. Pero por fortuna, no todas se sienten excluidas cuando se usa el género masculino para el plural, por simple economía de lenguaje y no para discriminar.

No estoy de acuerdo con el lenguaje incluyente, en consonancia con lo que afirma el escritor Héctor Abad Faciolince (Revista Semana, 19 de agosto del 2006): “sobre todo si por lenguaje incluyente se entiende la costumbre de reemplazar la letra 'a' y la letra 'o' por el signo @ (querid@s amig@s), o si cada vez que uno dice "ciudadanos" debe añadir también "ciudadanas"”.

Con el autor antioqueño comparto el argumento de que el lenguaje incluyente es redundante, feo e inútil.

¿Por qué? Continúa Abad Faciolince en su artículo citado: “El género es una categoría gramatical que no tiene nada que ver con el sexo. Cuando yo digo, por ejemplo, que "las personas tienen estómago", aunque "personas" tenga género femenino no estoy excluyendo a los hombres. Y aunque "estómago" sea masculino de género, lo llevan por dentro los dos sexos por igual. De hecho el órgano viril por excelencia, suele tener en castellano género femenino y (excúsenme los oídos castos) puedo citar los casos de la verga, la polla, la picha y la mondá, cuatro instrumentos idénticos de género femenino, aunque evidentemente de sexo masculino. Y en España, al menos, pasa lo inverso con la parte correspondiente de la mujer y, por típicamente femenino que sea (en cuanto al sexo) el coño, el género de esta palabra es masculino”.

Aquí me parece importante citar algunos apartes de una discusión que Abad tuvo con la feminista y columnista de El Tiempo, Florence Thomas, sobre este tema: “Cita Florence en apoyo de su tesis un titular de El Tiempo que decía así: "Piden cadena perpetua para violadores de niños". Thomas se indigna porque la mayoría de las víctimas del delito de violación son niñas y no niños, y siente que El Tiempo, al escribir niños, está dejando en la sombra a las niñas, excluyéndolas, negando su sexo, y propone que el título correcto debería haber sido: "Cadena perpetua para violadores de niñas y niños". En realidad, si el manual de estilo del periódico obligara a los periodistas a usar un "lenguaje incluyente", el título, más exacto, tendría que decir: "Cadena perpetua para violadores y violadoras de niñas y de niños". Sé muy bien que por cada mil violadores hombres, si mucho, hay una violadora mujer, pero si uno se va a poner muy preciso, y si se va a saltar la economía propia del idioma, es difícil saber dónde trazar la raya”.

El escritor insiste en que el género es un asunto gramatical y no sexual, razón por la que hay una convención en varias lenguas occidentales (español, francés…) que consiste en lo siguiente: ante un número plural de personas, se usará, por economía verbal, el género masculino, lo cual no excluye a las integrantes de ese grupo específico que tengan sexo femenino.

Finaliza afirmando el escritor Abad Faciolince: “Al fin y al cabo, todas las personas que existen en el mundo pueden ser calificadas con adjetivos negativos, y también la mitad de los oficios y actividades pueden tener una connotación peyorativa. Y en todas esas acepciones negativas, el género masculino carga con la abominación, sin que los de mi sexo protestemos. Si usáramos de verdad un lenguaje incluyente, tendríamos que decir no sólo colombianos y colombianas, sino también asesinos y asesinas, borrachos y borrachas, secuestradores y secuestradoras, violadores y violadoras, feos y feas, brutos y brutas, estúpidos y estúpidas. ¿De verdad les parecería bueno usar el lenguaje así?”.

Por otro lado, el licenciado mexicano en Castellano y Literatura, W. Molina, sostiene que con el lenguaje incluyente el idioma español caería en el absurdo, porque tendríamos que expresarnos, por ejemplo: “La pacienta era una estudianta adolescenta sufrienta, representanta e integranta independienta de las cantantas y también atacanta, y la velaron en la capilla ardienta ahí existente”.

En español, el plural en masculino implica ambos géneros, por lo que al dirigirse al público no es necesario ni correcto decir "colombianos y colombianas", “niños y niñas”, etc. Es correcto nombrar ambos géneros solo cuando el masculino y el femenino son palabras diferentes, por ejemplo: "mujeres y hombres", "toros y vacas", "damas y caballeros", etc. 

Lamento que algunos puedan descalificar o discriminar esto como un tecnicismo, pero en español existen los participios activos como derivados verbales. Como por ejemplo, el participio activo del verbo atacar, es atacante; el de sufrir, es sufriente; el de cantar, es cantante; el de existir, existente; etc.

“La terminación ‘ente’, dice Molina, que expresa “el que es”, “el que tiene entidad”, es el participio activo del verbo ser. Por esta razón, cuando queremos nombrar a la persona que denota capacidad de ejercer la acción que expresa el verbo, se le agrega la terminación 'ente'. Se dice estudiante, no estudianta; adolescente, no adolescenta; paciente, no pacienta; comerciante, no comercianta...

“Por tanto, a la persona que preside se le dice presidente, no presidenta, independientemente de su género. Tampoco, en un arranque de machismo lingüístico se le nombra presidento”.

miércoles, noviembre 23, 2016

¿Por qué dejar un escrito en manos de un corrector de estilo?

Por Donaldo Donado V.

Son múltiples las razones por las que un escrito debe pasar primero por los ojos vigilantes de un corrector de estilo antes de llegar a los del lector. Enseguida les presento ocho, que por el momento pueden ser suficientes:

1.- Soñar con escribir una obra de arte: todos los escritos, aun los ya publicados, son por lo general obras inconclusas. Siempre pueden ser perfeccionadas, incluso hasta nunca acabar. No obstante, las personas que escriben pueden soñar con que su texto más sencillo, instrumental y rutinario resulte bien hecho. Que cumpla con todos los estándares de nuestro idioma, del buen escribir. Que sea una pequeña obra de arte. Es también un deber con el lector, un homenaje a él.

Escribir es uno de los actos más solitarios que existe. Pero hoy, como nunca antes, quien escribe tiene a su disposición inmediata el más grande y rico menú de ayudas: diccionarios comunes, especializados y de sinónimos, gramáticas, corrector ortográfico y manuales de estilo, todos digitales y en línea.

En muchos casos, todas estas herramientas son insuficientes. Los textos no dejan contentos a los autores. Sienten que algo o mucho les falta para ser idóneos, claros, concisos, estéticamente aceptables, bellos. Es entonces cuando el corrector de estilo surge como el mejor aliado para alcanzar esta meta.

2.- Evitar la ambigüedad o un mensaje equivocado: un buen escrito se caracteriza por entregar un mensaje claro y directo; sin lugar a dudas, a diversas interpretaciones. Una coma, un punto y coma o un punto y seguido le pueden cambiar el sentido a una oración, a un párrafo, a todo un texto. Por esto, a la hora de redactar es importante conocer y aplicar correctamente los signos de puntuación, para convertirlos en aliados y aprovechar todos sus aportes. Si la persona que redacta no los conoce muy bien o no los maneja adecuadamente, antes de enviarlo a los lectores finales, debe entregar el escrito a una persona que sí los conozca y domine, es decir, a un corrector, para que lo corrija con base en las normas de la gramática y del buen uso del idioma.

De esta manera, el autor –sea un investigador académico, un funcionario público o un empleado bancario, por ejemplo– evita enviar un mensaje equivocado.

3.- Enviar un mensaje claro: en no pocas ocasiones encontramos textos que emplean óptimamente los signos de puntuación, pero que presentan deficiencias en las concordancias de género y número, en la conjugación de los tiempos verbales y en el orden lógico, entre otros aspectos.

Sin embargo, los problemas de un escrito no se limitan al uso del idioma, sino que también comprenden la estructura u organización interna. Por la desestructuración o ausencia de una clara y lógica columna vertebral, muchos escritos resultan deshilvanados, inconexos y dispersos, lo que los hace inviables y fallidos: una pérdida de tiempo para el autor y para los lectores.

Un corrector de estilo competente resuelve todo este barullo de la falta de coherencia interna.

 4.- El autor posee un bajo nivel de lectura: existe una indisoluble asociación entre la lectura y la escritura. Una persona que posee el hábito de la lectura tiene muchas más posibilidades de escribir un texto correctamente que la que no lo tiene. La lectura provee al lector habitual de un bagaje, de un acervo del idioma, que a la hora de escribir surge incontenible para ponerse al servicio de la buena escritura. Mientras que el lector ocasional o instrumental vive momentos difíciles a la hora de escribir el texto más breve e informal o al momento de redactar el informe más riguroso. Desconoce las normas del lenguaje escrito. Lo usa a tientas. Al final malogra sus buenas intenciones.

Ante un escrito marcado por el lenguaje oral y la improvisación, un corrector de estilo actúa como un bálsamo.

5.- Se rompe con una tradición: hasta mediados del siglo xx se decía con propiedad que Colombia era un país de gramáticos y poetas. Muchos de los cultores –sobre todo en el siglo xix– también se destacaron como presidentes de la república, ministros y demás dignatarios del poder público. Por su presencia y actividad pública, por las tertulias que protagonizaban y por otros valores artísticos y culturales de Bogotá, en esos tiempos la ciudad llegó a considerarse como La Atenas suramericana.

Ambas características se perdieron para siempre. En contra han jugado las deficiencias de la educación en las áreas de la comunicación oral y escrita y la irrupción de los medios masivos de comunicación, entre otros múltiples factores.

El colombiano promedio no honra ya la noble tradición de pertenecer a un país de gramáticos. No cuida el idioma, no se preocupa por aprenderlo con propiedad, en fin, escribe mal. Solo basta con leer los correos electrónicos y las deplorables participaciones en cuanto canal de chat existe en las web colombianas.

Tal vez como un representante de esa usanza, el corrector de textos o de estilo, sin pretenderlo, actúa como un faro del idioma, como un vigía de esa loable tradición, que era ejercida sobre todo por la elite bogotana.

 6.- El corrector automático de los programas de texto no es suficiente: muchas de las carencias y deficiencias señaladas cuentan hoy con un salvavidas en el recurso tecnológico del corrector ortográfico incorporado al procesador de texto de los computadores y de todo tipo de dispositivos habilitado para la escritura; sin embargo, esta herramienta es muy limitada, aunque es preciso reconocer que en cada nueva versión de estos programas y aplicaciones se aumentan su eficiencia y sus servicios lingüísticos.

Estos recursos representan una ayuda importante para todo tipo de escribientes, pero no en pocas ocasiones sugiere el error. Claro, es una máquina con una memoria robusta que almacena la mayoría de las encrucijadas del idioma, pero no todas. No es omnisciente. A veces se confunde; por ejemplo, como no ve ni piensa por sí misma, no sabe si usted escribió marques o marqués, círculo o circulo, revólver o revolver; en otras, simplemente, “no sabe o no responde”.

Para tapar las innumerables goteras que presentan estos recurridos correctores ortográficos y para resolver los problemas de sintaxis que no atiende ni resuelve, una persona que sea un corrector de textos es la más indicada tabla de salvación.

7.- Por la elegancia y contra el desaliño: un texto mal escrito es como una persona que sale a la calle sin bañarse, mal peinada, sin afeitar, con prendas ajadas y de colorines, y zapatos polvorientos; la más común estampa del desaliño, de la negligencia, de la omisión, del descuido. Mientras que uno bien escrito es comparable con una mujer elegante, así no sea bella, de buen gusto y distinción para vestir.

En consecuencia, un corrector de textos se puede asimilar a un modisto de la alta costura que, por su formación y oficio, puede convertir telas e hilos en obras de arte.

 8.- Un texto bien escrito causa una buena impresión: cuando alguien con un nivel cultural promedio, es decir, que conoce en un sentido muy general cuándo un texto está bien escrito o no, lee un texto fluido, sin dudas, contradicciones, conciso y sin faltas de ortografía, se forjará una impresión positiva, grata y valiosa del autor, aunque no lo conozca.

Cuando sucede lo contrario, el lector se forma una idea negativa, imprecisa y dudosa del autor. Esto puede jugar en contra del objetivo del texto o mensaje, es decir, malograr una venta, la sustentación de una tesis, el desarrollo de una ardua investigación, la transmisión de una noticia, el encanto de una historia, la promoción de un producto o un servicio, en fin. El resultado tiene grandes posibilidades de ser desastroso, otro caso de comunicación frustrada y de un autor descalificado por desconocer o no utilizar con precisión y habilidad las herramientas del lenguaje escrito.

Aquí, una vez más, surge el corrector de estilo como un aliado, un socio, un colaborador de la buena imagen, del propósito de causar una grata impresión entre los lectores.


Este breve compendio de buenas razones revela la inconmensurable utilidad que ofrece y presta la corrección de estilo a todas las personas que escriben algo en esta orilla, para que en la otra el lector reciba el escrito sin molestias, sin el riesgo de aburrirse ni confundirse o de crearse una imagen negativa del autor. En la mitad, el brillante, profundo, ancho y rico río del idioma corre sin cesar, gracias al trabajo que como orfebres insomnes cumplen en silencio los correctores de estilo.

lunes, noviembre 25, 2013

Escritura de números


Existen dos sistemas básicos para representar los números mediante signos: la «numeración arábiga», llamada así porque fue introducida en Occidente por los árabes, y la «numeración romana», heredada de los romanos.

Además, los números pueden representarse mediante palabras, denominadas «numerales». En la numeración arábiga, cualquier número puede representarse mediante la combinación de solo diez signos, llamados cifras o dígitos: 0, 1, 2, 3, 4, 5, 6, 7, 8, 9; la numeración romana se basa en el empleo de siete letras del alfabeto latino, a las que corresponde un valor numérico fijo.

Debido a su mayor simplicidad, la numeración arábiga sustituyó en la Edad Media al sistema romano, que ya no se emplea en la actualidad, salvo en unos pocos casos. En los textos escritos pueden emplearse tanto cifras como palabras.

1.         Uso de cifras o de palabras

La elección de cifras o de palabras en la escritura de los números depende de varios factores: el tipo de texto de que se trate, la complejidad del número que se deba expresar y el contexto de uso. Así, en general, en textos científicos y técnicos es más normal, por su concisión y claridad, el empleo de cifras, y resulta obligado cuando se trata de operaciones matemáticas, cómputos estadísticos, inventarios, tablas, gráficos o cualquier otro contexto en que el manejo de números es constante y constituye parte fundamental de lo escrito.

Por las mismas razones de concisión y claridad, en carteles, etiquetas, titulares periodísticos y textos publicitarios es también general el empleo de cifras. Por el contrario, en obras literarias y textos no técnicos en general, resulta preferible y más elegante, salvo que se trate de números muy complejos, el empleo de palabras en lugar de cifras. A este respecto pueden ofrecerse las siguientes recomendaciones generales:

1.1. Se escribirán preferentemente con letras:

a) Los números que pueden expresarse en una sola palabra, esto es, del cero al veintinueve, las decenas (treinta, cuarenta, etc.) y las centenas (cien, doscientos, etc.): Me he comprado cinco libros: tres ensayos y dos novelas. Este año tengo cincuenta alumnos en clase.  A la boda acudieron trescientos invitados.

b) Los números redondos que pueden expresarse en dos palabras (trescientos mil, dos millones, etc.): cien mil personas a la manifestación. Ganó tres millones en un concurso.

c) Los números que se expresan en dos palabras unidas por la conjunción y (hasta noventa y nueve): Mi padre cumplió ochenta y siete años la semana pasada. En la Biblioteca de Palacio hay treinta y cinco manuscritos.

No es recomendable mezclar en un mismo enunciado números escritos con cifras y números escritos con letra; así pues, si algún número perteneciente a las clases antes señaladas forma serie con otros más complejos, es mejor escribirlos todos con cifras: En la Biblioteca de Palacio hay 35 manuscritos y 135 226 volúmenes impresos, 134 de ellos incunables.

d) En textos no técnicos es preferible escribir con letras los números no excesivamente complejos referidos a unidades de medida. En ese caso, no debe usarse el símbolo de la unidad, sino su nombre: Recorrimos a pie los últimos veinte kilómetros (no  los últimos veinte km). Cuando se utiliza el símbolo, es obligado escribir el número en cifras.

e) Todos los números aproximados o los usados con intención expresiva: Creo que nació en mil novecientos cincuenta y tantos. Habría unas ciento cincuenta mil personas en la manifestación. ¡Te lo he repetido un millón de veces y no me haces caso!

f) Los números que forman parte de locuciones o frases hechas: No hay duda: es el número uno. Éramos cuatro gatos en la fiesta. Te da lo mismo ocho que ochenta. A mí me pasa tres cuartos de lo mismo.
1.2. Se escribirán con cifras:

a) Los números que exigirían el empleo de cuatro o más palabras en su escritura con letras: En verano la población asciende a 32 423 habitantes (más claro y de comprensión más rápida que treinta y dos mil cuatrocientos veintitrés).
En algunos documentos, como cheques bancarios, contratos, letras de cambio, etc., por razones de seguridad, la expresión en cifras va acompañada normalmente de la expresión en palabras: Páguese al portador de este cheque la cantidad de veinticinco mil trescientos treinta y ocho pesos.

b) Los números formados por una parte entera y una decimal: El índice de natalidad es de 1,5 (o 1.5, en los países que usan el punto como separador decimal) niños por mujer. También en este caso, en cheques bancarios, contratos, letras de cambio, etc., la expresión numérica suele acompañarse de la expresión lingüística: Páguese al portador de este cheque la cantidad de cien mil doscientos treinta y cuatro pesos. El sustantivo cuantificado por una expresión numérica decimal, incluso si esta designa una cantidad inferior a la unidad, debe ir en plural: 0,5 millones de pesos (y no  0,5 millón de pesos).

c) Los porcentajes superiores a diez: En las últimas elecciones votó el 84 % de la población.
Debe dejarse un espacio de separación entre el número y el signo %. Hasta el diez suele alternar el empleo de cifras o palabras en la indicación de los porcentajes: El 3 % (o tres por ciento) de los encuestados dijo no estar de acuerdo con la medida. El símbolo % debe leerse siempre «por ciento», no  «por cien», salvo en el caso del 100%, que puede expresarse en letras de tres modos: cien por cien, cien por ciento o ciento por ciento. No debe usarse el signo % cuando el porcentaje se expresa con palabras (el tres %). Tanto si se escribe con cifras como con palabras, la expresión de los porcentajes debe quedar dentro de la misma línea: 3 / %,  tres / por ciento,  tres por / ciento.

d) Los números referidos a unidades de medida, cuando van seguidos del símbolo correspondiente: Madrid dista 40 km de Guadalajara. Mañana se alcanzarán los 35 ºC. No se deben escribir en líneas diferentes la cifra y el símbolo: 40 / km,  35 / ºC.

e) Los números seguidos de la abreviatura del concepto que cuantifican: 5 cms. (‘cinco centímetros’), 45 págs. (‘cuarenta y cinco páginas’), 2 vols. (‘dos volúmenes’). No se deben escribir en líneas diferentes el número y la abreviatura: 5 / cts.

f) Los números pospuestos al sustantivo al que se refieren (expresado o no mediante abreviatura), usados para identificar un elemento concreto dentro de una serie: página 3 (o pág. 3), habitación 317 (o hab. 317), número 37 (o núm. 37), tabla 7, gráfico 15, etc.

2. Ortografía de los números escritos con cifras

Para escribir correctamente los números expresados en cifras, debe tenerse en cuenta lo siguiente:

a) Al escribir números de más de cuatro cifras, se agruparán estas de tres en tres, empezando por la derecha, y separando los grupos por espacios en blanco: 8 327 451 (y no por puntos o comas, como, dependiendo de las zonas, se hacía hasta ahora: 8.327.451; 8,327,451). Los números de cuatro cifras se escriben sin espacios de separación: 2458 (no  2 458). En ningún caso deben repartirse en líneas diferentes las cifras que componen un número: 8 327 / 451.

b) Nunca se escriben con puntos, comas ni blancos de separación los números referidos a años, páginas, versos, portales de vías urbanas, códigos postales, apartados de correos, números de artículos legales, decretos o leyes: año 2001, página 3142, código postal 28357.

c) Para separar la parte entera de la decimal debe usarse la coma, según establece la normativa internacional: El valor de π es 3,1416. No obstante, también se admite el uso anglosajón del punto, extendido en algunos países americanos: El valor de π es 3.1416.

d) Las cantidades que tienen como base un sustantivo de significación numeral como millón, millardo, billón, trillón y cuatrillón, siempre que, al menos, las tres últimas cifras de su escritura en números sean ceros, podrán abreviarse mezclando el uso de cifras y letras en su escritura: 327 millones, 3,6 billones, 2 cuatrillones.

Son sustantivos, entre otras cosas, porque si se expresa el elemento que cuantifican, este debe ir precedido de la preposición de: 327 millones DE habitantes, 2 millardos DE dólares. Este método abreviado no es válido para las cantidades en miles, ya que mil no es un sustantivo (la forma sustantiva es millar), sino que forma parte de adjetivos numerales compuestos de dos palabras, en cuya escritura no deben mezclarse cifras y letras; así, no debe escribirse 154 mil personas o  12 mil millones, por la misma razón que no escribimos  30 y siete ni  cincuenta y 4. Debe escribirse 154 000 personas, 12 000 millones (o doce mil millones).

e) En la expresión abreviada de los numerales ordinales, se utilizan cifras seguidas de letras voladas. Como corresponde a las abreviaturas, se escribirá punto entre la cifra y la letra volada: 1.º (primero), 2.ª (segunda), 3.er (tercer).

3. Uso de los números romanos

3.1. La numeración romana se basa en el empleo de siete letras del alfabeto latino, a las que corresponde un valor numérico fijo: I (= 1), V (= 5), X (= 10), L (= 50), C (= 100), D (= 500), M (= 1000). Para escribir correctamente un número utilizando este sistema, es necesario tener en cuenta lo siguiente:

a) Aunque en textos antiguos se usaban a veces letras minúsculas para representar los números romanos, hoy deben utilizarse solo letras con forma mayúscula. Cuando se refieran a sustantivos escritos en minúscula, se recomienda escribirlos en versalitas (letras de figura mayúscula, pero del mismo tamaño que las minúsculas): siglo V, páginas XIX-XXIII; y en versales (letras mayúsculas de tamaño superior al de las minúsculas), cuando vayan solos o se refieran a sustantivos escritos con inicial mayúscula: Alfonso x, ii Congreso Internacional. Cuando los números romanos se usan con valor ordinal, no deben acompañarse de letras voladas: tomo VI.º,  II.ª Guerra Mundial.

b) No debe repetirse hoy más de tres veces consecutivas una misma letra; así, el número 333 se escribe en romanos CCCXXXIII; pero 444 no puede escribirse  CCCCXXXXIIII; se escribe CDXLIV. No obstante, en la antigüedad podían repetirse hasta cuatro veces consecutivas las letras I y X.

c) Nunca se repetirá dos veces una letra si existe otra que por sí sola representa ese valor; así, no puede escribirse  VV para representar el número 10, porque ese valor lo representa la letra X.

d) Cuando una letra va seguida de otra de valor igual o inferior, se suman sus valores: VI (= 6), XV (= 15), XXVII (= 27).

e) Cuando una letra va seguida de otra de valor superior, se le resta a la segunda el valor de la primera: IV (= 4), IX (= 9), XL (= 40), XC (= 90), CD (= 400), CM (= 900).

f) El valor de los números romanos queda multiplicado por mil tantas veces como rayas horizontales se tracen encima: así, L— (= 50 000), M—— (= 1 000 000 000).

3.2. En la actualidad, solo se usan los números romanos, casi siempre con valor ordinal, en los casos siguientes:

a) En monumentos o lápidas conmemorativas, para indicar los años:
MCMXCIX (= 1999). Esta costumbre está cayendo en desuso y actualmente es más normal usar la numeración arábiga.

b) Para indicar los siglos: siglo XV, siglo XXI. Se escriben siempre pospuestos al nombre. No deben usarse, en este caso, números arábigos: siglo 21.

c) Para indicar las dinastías en ciertas culturas: los faraones de la XVIII dinastía. Se escriben normalmente antepuestos al nombre. Pueden sustituirse por la abreviatura del numeral ordinal correspondiente: la 18.ª dinastía.

d) En las series de papas, emperadores y reyes de igual nombre: Juan XXIII, Napoleón III, Felipe IV. Se escriben siempre pospuestos al nombre.

e) En la numeración de volúmenes, tomos, partes, libros, capítulos o cualquier otra división de una obra, así como en la numeración de actos, cuadros o escenas en las piezas teatrales: tomo III, libro II, capítulo IV, escena VIII. Se escriben pospuestos al nombre. En muchos de estos casos, pueden sustituirse por las abreviaturas, antepuestas o pospuestas, de los numerales ordinales correspondientes: tomo 3.º o 3.er tomo, capítulo 12.º o 12.º capítulo; e incluso por números cardinales, aunque en ese caso el número solo puede ir pospuesto al nombre: tomo 3, volumen 2, capítulo 7.

f) En la denominación de congresos, campeonatos, certámenes, festivales, etc.: II Congreso Internacional de la Lengua Española, XXIII Feria del Libro de Buenos Aires. Se escriben antepuestos al nombre. Si el número resulta excesivamente complejo, se prefiere, en su lugar, el uso de las abreviaturas de los numerales correspondientes: 78.o Campeonato Mundial de Ajedrez.

g) Para numerar las páginas de secciones preliminares de una obra (prólogo, introducción, etc.), con el fin de distinguirlas de las del cuerpo central: El autor cita a Cervantes en la página XVII del prólogo. Se escriben pospuestos al nombre.

h) Para representar el mes en la expresión abreviada de las fechas.

sábado, noviembre 16, 2013

Querella

Esta palabra me suscita algo especial. Nunca he podido entender su connotación jurídica, su uso exclusivo e imperativo en el ámbito de los estrados judiciales. Porque comienza con cuatro letras más cercanas a palabras como querendón o quereme, que con un pleito legal entre dos personas. Es decir, la siento más cerca de los afectos que de dos personas vociferando y manoteándose delante de un juez. Aunque, vaya paradoja, muchos afectos terminen en esto. Pero me gustaría usarla, por ejemplo, en frases declaratorias de una inocultable atracción o cariño hacia una mujer: desearía tener una querella contigo, eres querellable, te querellé siempre, te querello, mi amor… en fin.   

viernes, noviembre 15, 2013

Rumbo a la anarquía

En el mundo de la corrección de textos académicos, en Bogotá, se está larvando la anarquía. Casi que cada dependencia encargada de las publicaciones de cada universidad está imponiéndole a los correctores de estilo unas normas particulares, propias, en contravía de las normas del máximo órgano rector del idioma español en el mundo: la Real Academia Española de la Lengua, RAE.

Optan por aceptar normas anteriores, caídas en desuso o claramente desaprobadas por la RAE, en contra de las más recientes. ¿Es una evidente resistencia al cambio? Por ejemplo, la nueva gramática de la RAE ha establecido que la palabra solo no se debe tildar sino en casos excepcionales, en los que hay lugar a la duda o la ambigüedad. Sin embargo, la oficina de publicaciones de una universidad capitalina exige que esa palabra, cuando se refiere a "únicamente" o "solamente", debe llevar tilde.

Otro caso establecido por la RAE es el de separar el signo de porcentaje de la cifra que le sigue, norma vigente desde 2011. Pero, algunas universidades bogotanas exigen que el signo y la cifran aparezcan pegados. ¿Es un frontal sabotaje contra la RAE?, ¿son caprichos idiomáticos?, ¿se trata de inocultables rigideces mentales?, ¿son disputas de la soberbia llevadas al campo del idioma? 

Quien sabe. Lo cierto es que de seguir así, desconociendo las directrices del máximo órgano rector del idioma, que lo es para bien o para mal, y estableciendo cada quien sus propias normas, vamos rumbo a un estado de cosas en la que la corrección de estilo se convertirá en una neblinosa Torre de Babel, en el que cada quien tendrá su parcela aislada, porque las normas para entendernos que aplica el de al lado, son muy distintas a las propias. Y esto, tratándose del idioma, sin duda será fuente de desorden, de inomunicación y, finalmente, de conflicto, como si los que tiene el mundo de hoy fueran pocos.